
Entre hilos y arpilleras teje historias que su memoria se resiste a olvidar
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Por Eduardo López
Hay una historia en la comuna de Coquimbo que ha sido tejida por manos frágiles, que hilan con fuerza y rapidez para crear obras de arpillera, esta es la forma que María Saavedra, presidenta de la Casa de la Memoria ha elegido para no olvidar, para que nadie olvide, para ella la memoria debe perdurar frente a todo. Mientras conversa y cuenta algunos chistes o anécdota hace una pausa, mira hacia el techo pensando qué contará ahora, a su alrededor cada cuadro contiene una historia de los últimos 50 años, “aquí se honra la memoria” señala.
María es la menor de sus hermanos, y a diferencia de ellos, quienes nacieron en las fábricas salitreras, ella nació en Guayacán, en la región de Coquimbo. Su padre era sindicalista, trabajaba en las salitreras y vendía el diario “El siglo” los días domingos, a pesar de no saber leer. Cuando María aprendió a leer le leía a su padre, aunque no lograba entender algunos términos como imperialismo norteamericano o monopolio, de ahí surgen preguntas a su familia sobre qué significaban. Ella recuerda a los vecinos de la población y a su familia, todos unidos para apoyar al candidato Salvador Allende, “él va a dar trabajo y estudios a la clase obrera decían”.
En resultado de la campaña electoral de 1964 entre Salvador Allende Y Eduardo Frei Montalva, provocó lágrimas en el rostro de sus padres, ya que el símbolo de la falange se anunciaba como ganador y el sueño de una clase se hundía. A pesar de esto, María envuelve en sus brazos a su madre y le dice «mamita no llore, ahora yo voy a entrar al partido y va a ver que venceremos”.
Tiempo después se unió al Partido Comunista para después ser escogida como encargada femenina regional del mismo, igualmente comienza a ir a centros de madres en Copiapó, aunque en ese entonces no tenía hijos “esos centros servían para muchas mujeres en esa época, aprendieron manualidades en tejido y confección para sus niños o ganar dinero para su familia”. Pasaron los meses hasta que conoció a su compañero, Alberto Barraza…María hace una pausa y respira profundo para poder continuar hablando, “los demás son los compañeros, él es mi compañero, era mi compañero de vida, de ideales”, junto a él se muda a Chañaral con el fin de formar un hogar.
11 de septiembre de 1973
El compañero de María era un jefe de la sección de Cobresal, ella sabía que en algún momento algo le podría ocurrir. Por seguridad la fue a dejar a la casa de una amiga y le dijo “quédate aquí, yo tengo mucho que hacer ahora en la noche y te vendré a buscar cuando se levante el toque de queda”. El tiempo corría y María no concebía el sueño, hasta que se levanta el toque de queda y nadie tocó la puerta.
Comenzó a llamar a varios compañeros, pero nadie sabía dónde se encontraba, se comunicó con el tesorero del sindicato, Benito Tapia, quien trató de calmarla “quédate tranquila, no te preocupes, tu compañero está detenido, pero no está solo, hay 19 compañeros más con él y te la vas a tener que jugar y sacarlo de ahí porque si se lo llevan a Copiapó lo van a fusilar”. En ese momento la angustia recorrió el cuerpo de María, Benito tenía que irse, él también estaba siendo perseguido, se despidieron con un abrazo para nunca volver a verse. Benito fue fusilado por la Caravana de la Muerte en Copiapó a los 33 años.
Ante esa situación María no tuvo más remedio que actuar, pese a la angustia decidió hacer algo, “junto a un compañero fuimos puerta por puerta”. Se comenzaron a crear directivas con el fin de liberar a los 19 detenidos, es por esto que empezaron a dialogar con Carabineros, “pedimos la liberación mientras que ellos pedían que dejara de estar paralizada una mina de la comuna”.
“En la comisaría existía un entorno hostil ya que había barricadas y los carabineros apuntaban con armas al sindicato exigiendo que 4 personas entraran al retén con el fin de dialogar, pero los compañeros del sindicato sabían que quienes fueran no volverían”. Había mucho silencio en el lugar, recuerda María, hasta que alguien levanta la mano diciendo “anótame a mí, Monardes”, “yo soy Muñoz, anótame”, jóvenes que sin importarles lo que sucediera iban a ir, ese momento le dio esperanza.
A las cuatro de la tarde mientras estaba comiendo arroz a la jardinera, pensó en llevárselo a Alberto, pues era su comida favorita, podía ser el último plato que iba a comer, “yo iba corriendo con la comida a la comisaría hasta que abren el portón y van saliendo todos los detenidos y ahí venía mi compañero”, se había logrado un acuerdo con las fuerzas del orden.
Al reunirse se fueron a Chañaral y posteriormente llegaron a Coquimbo en 1974 donde los recibió temporalmente Herminia Morales Calderón, quien fue sumamente importante en la comuna pues su casa era un punto de contacto, ahí llegaban personas que eran perseguidos políticamente. Ella intentaba ayudar con lo que pudiera “como lo hizo con Felia Acevedo, quien ya no está; con Marcelino Figueroa, que tampoco está; todos llegaron a su casa”.
Un día llegó Armando Portilla, jefe de Alberto en El Salvador. Entre abrazos y sonrisas se saludaron, contaron historias y disfrutaron hasta el momento de despedirse, sin saber que sería la última vez, Armando fue capturado, actualmente es un detenido desaparecido. En este punto cuenta que ya no podía llorar, era como si se hubiera endurecido con cada muerte y cada desilusión. Al enterarse que Armando estaba desaparecido el dolor y la desesperanza se apoderaron de ella “yo voy a provocar que me maten altiro, ¿para qué voy a querer vivir si voy a quedar buena para nada?”. Pero en 1980 nace su hijo Alberto, entonces comienza a vivir por él, para protegerlo.
Después de un tiempo llegó a la puerta de su casa un hombre “bien pituquito” describe María, preguntando por Alberto Barraza, “entre compañeros nunca se utilizaba el nombre verdadero”, por lo que sabía que debía tener cuidado, Alberto había salido y podía volver en cualquier momento “no, no está, él llega como a las 8”, el hombre responde que pasará más tarde. Tras unos minutos llegó su compañero y deciden irse dejando todo atrás, viajan a Arica. Al llegar vivieron en la casa de una conocida y Alberto comenzó a participar de reuniones sindicalistas, hasta que un día no llegó a la hora del almuerzo, tampoco en la noche, María esperaba lo peor.
Esa noche los militares irrumpen destruyendo todo a su paso, robaron un bolso que contenía ropa y pañales de su hijo que era lo único que tenía. Ella lloraba y no entendía por qué se lo llevaban, más tarde supo que era para utilizarlo en un montaje, en el cual colocaron armas, dinamita, panfletos y lo mostraron en la televisión inculpando a su esposo, dejándolo en la cárcel. “Cuando me echan de la casa yo me voy a la parroquia, busqué al padre y le entregué mi testimonio, me grabaron y esa grabación se entregó a unos abogados. Ellos comenzaron a hacer un recurso de amparo en búsqueda de Alberto”.
Fue ahí que, motivada a pelear por su esposo, empezó a participar de organizaciones como el Movimiento Pro Emancipación de la Mujer Chilena de 1983 o Mujeres de Luto, junto a ellas se organizaron para ir de luto a las escaleras de la Catedral San Marcos de Arica. “Fue bien conmovedor porque todas estábamos en silencio y tomadas de las manos, más de 100 mujeres mientras llegaban los pacos y la CNI, no podían hacernos nada porque no estábamos haciendo nada, fue emocionante, comencé a llorar y no era la única. Cuando sonaron las campanas indicando la una de la tarde todas comenzamos a cantar…Yo te nombro Libertad”.
En 1985 Alberto seguía encarcelado, la abogada Pamela Pereira, pudo comprobar que el bolso de ropa de su hijo fue utilizado como montaje, gracias a esto, a la semana siguiente le avisaron que pondrían a su compañero en libertad, “fue así como de un momento a otro, yo alcancé a ir a buscar a mi hijo al jardín infantil para que estuviera esperando al papá afuera”, luego de 25 largos meses lo pusieron en libertad.
En el año 2000 María comenzó a participar de la Asociación de Ex-presos Políticos reemplazando a Alberto, que en ese entonces sufría de cáncer a la garganta, ella llegó a convertirse en la presidenta de la agrupación y decidieron cambiar el nombre a “Asociación de Ex-presos Políticos y sus Familiares” esto debido a que pensaron “no vaya a ser cosa que se mueran los compañeros y se acabe todo”.
Si bien para ella su historia tuvo un “final feliz” pues pudo vivir su vida junto a Alberto no deja de pensar en todo lo vivido y lo sufrido en esa época, tampoco abandonan su mente sus compañeros muertos en dictadura, pero también piensa en quienes fallecieron después, “la gran mayoría de nuestros compañeros que trabajaron en la resistencia y clandestinidad han fallecido por cáncer, mi esposo falleció el 2011 por cáncer a la garganta”. Ella misma fue diagnosticada con cáncer al colon a pesar de tener un estilo de vida saludable, cuenta que el doctor que la atendió le dijo “entonces tú has sufrido mucho, el cáncer tiene mucho que ver con la depresión, la angustia, el sufrimiento, todo eso baja las defensas y produce cáncer”. Todo esto le hace sentido, ya que durante 17 años de dictadura constantemente sintió “sufrimiento, angustia, ansiedad, inseguridad, un ambiente amenazante, siempre permanente, día y noche, todo eso afecta, por más que uno se cuide”.
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