El viaje de Gabriel Terán y Blanca Díaz al mundial de Parakarate

El viaje de Gabriel Terán y Blanca Díaz al mundial de Parakarate


 

Por Felipe Suárez y Josejoaquin Aguirre

A pocos metros de una quebrada que brinda una vista de un paisaje precioso se encuentra el hogar de Gabriel Terán y su madre Blanca Díaz, su morada ubicada en el extremo sureste de La Cantera, comuna de Coquimbo, pareciera estar oculta, como si se tratara de una base secreta donde planifican con detalle cada combate, o presentación como Gabriel. Es temprano y Blanca se alista para enfrentar un nuevo día. Ella fue introducida al mundo del karate producto de la pasión de su hijo y ha pasado mucho tiempo en ese mundo que le ha permitido ver la vida de una forma distinta.

Son las seis de la tarde, ambos ya libraron sus respectivas batallas diarias y vuelven a la comodidad de su hogar a recuperar energías, no obstante, allí estamos nosotros, dos estudiantes de periodismo que anhelan comprender el mundo de aquella familia, compuesta por el talento de Gabriel y su fiel escudera que lo acompaña en cada una de sus cruzadas.

La disposición de ambos excede todos los niveles de amabilidad, en la intimidad de su hogar hay berlines y bebestibles ubicados en la mesa donde se llevará a cabo la plática, mismo lugar donde tuvimos la oportunidad de conocerlos por primera vez y tener una degustación de lo que es la vida de ambos. En esa ocasión, Gabriel vestía su karategi, la vestimenta necesaria para competir en el karate, en esta oportunidad está vestido de manera casual, un indicio de que va a hablar desde su personalidad cotidiana, dejando un poco de lado, pero jamás olvidando, su instinto deportivo.

La vez anterior que nos reunimos con él, el objetivo era dar a conocer el caso de un para-karateka coquimbano que necesitaba recolectar fondos para costear su participación en el mundial de la disciplina a disputarse en Budapest, Hungría. En cuestión de semanas, Gabriel pasó de ser entrevistado por dos ignotos comunicadores en formación de Colina Digital a aparecer en medios de comunicación no tan humildes como ADN y TVN.

Pero tal como dice el refrán, la fama es efímera, y se necesita algo más que buenas intenciones para lograr obtener los sueños y cumplirlos, había que actuar, en eso Blanca y Gabriel son expertos. Armados con una alcancía, un cartel y una persistencia inquebrantable, en plena semana de fiestas patrias, se dirigieron a la Pampilla de Coquimbo a probar suerte y demostrar empíricamente si la buena voluntad de sus compatriotas se materializaba “Con su famosa alcancía juntó 380 mil pesos” dice orgullosamente Blanca, puesto que gracias a eso lograron comprar el karategi, que necesitaba para competir.

Carolina Espinoza, presidenta del Consejo de la Sociedad Civil (COSOC) les presentó la opción de analizar la situación junto a alguien del mundo de la política, algo que no había sido considerado, ya que según Blanca “teníamos fe en los conductos regulares”. Ni en el mejor de los casos esperaba obtener los fondos en cuatro días, esto gracias a la gestión del diputado, Marco Antonio Sulantay, “se dio todo” expresa Blanca.

Pero la vida tiene sus maneras para seguir testeando la voluntad de quienes buscan alcanzar sus metas “Una semana y media antes de viajar los pasajes habían subido a casi dos millones de pesos, en junio estaban a 800 mil”, cuenta Blanca mientras en sus ojos revivía cada momento de angustia, pensando en la idea de que pese a realizar los máximos esfuerzos y solicitar toda la ayuda necesaria no sería posible el viaje.

El 25 de septiembre la marea cambiaría a favor de Gabriel y su madre, esta vez de manera definitiva. Ese día la Fundación Luksic realizó un evento donde entregaron una ambulancia al Hospital San Pablo de Coquimbo, motivados por el pediatra de Gabriel acudieron a dicha ceremonia sin nada que perder, esta vez no llevaban ni una alcancía o cartel, solamente portaban el poder de la oratoria y, nuevamente, la persistencia. Ese mismo día Blanca recibió un llamado de la fundación diciendo que ellos se encargaban de poner el resto del dinero.

Pese a todo, aún iban algo cortos de dinero con respecto a la alimentación, es importante destacar que el equipo de Gabriel está compuesto por su madre, su sensei y su pediatra, y el estómago no se llena con buenas intenciones. En esta situación, nuevamente la vida les volvió a sonreír cuando más lo necesitaban. A bordo del avión Blanca se sentó junto a un matrimonio con quienes entabló un diálogo durante gran parte del viaje, compartiendo su experiencia de vida y los únicos alimentos que tenía, unas pastillas de mentas y algunos chocolates, logró encantar a la pareja, quienes al momento de bajarse pronunciaron unas palabras que hasta el día de hoy emocionan a Blanca, “le tenemos un regalo para Gabriel”, eran 300 dólares “Sensei !ya tenemos arreglado el tema de comida!”. Inmediatamente después la madre de Gabriel vocifera una pregunta retórica que sintetiza de manera perfecta toda la situación, “¡Señor! ¡¿Cuál es tu idea de hacerme agonizar hasta el último momento?!”.

Por más que suene cliché, la vida de Blanca y Gabriel es lo más parecido a una montaña rusa, de un momento a otro pasan de estar en lo más alto a nuevamente caer estrepitosamente. Debían hacer una escala en París para tomar el avión que los llevaría a Budapest, en síntesis, perdieron el vuelo, Gabriel explica que “el aeropuerto tiene puertas de la A a la K y cada letra tiene otras 40 puertas de embarque”, a esto añade Blanca,“les pedía que no nos separen porque somos una selección, nos separaron.” El pediatra y el sensei de Gabriel fueron enviados a una puerta, mientras que madre e hijo se les designó otra. Ambos perdieron 25 minutos porque el personal del aeropuerto intentó ponerle ganchos a las ruedas de la silla de Gabriel de manera infructífera, cuando el procedimiento finalizó el vuelo estaba cerrado.

¡Ya basta! ¡Quiero una solución!” exige Blanca, quien intenta recrear con toques cómicos el enfado de aquella situación. La oferta que les presentaron fue la siguiente, una habitación en un hotel y el próximo vuelo se van los cuatro juntos a las nueve de la noche, eran las siete de la mañana. La propuesta fue aceptada, tampoco es que existieran más alternativas, uno por uno fueron a la habitación a dejar sus pertenencias, cambiarse de ropa y asearse. Y para ese momento eran las nueve de la mañana, faltaban doce horas para el vuelo, por lo tanto, procedieron a hacer lo que cualquier persona razonable haría si tuviese medio día de tiempo libre en la capital francesa, “¿vamos a ver la torre Eiffel?”, exclama Blanca, intentando recrear el entusiasmo de ese momento.

Resulta necesario volver a mencionar al concepto de la montaña rusa, “se me perdió el celular” relata Blanca bajando el volumen y timbre de su voz, dándole la razón a su hijo como si hubiese cometido un pecado, “nunca nos puede faltar un chascarro” asevera Gabriel. “Lo perdí, pero lo perdí en París” cuenta entre risas la señora Díaz, con toques de humor e ironía, un detalle que merece no pasar desapercibido, siempre que algún mal les ocurre, tanto Blanca como su hijo, se escudan en otro de sus grandes aliados, ya se mencionó la persistencia, pero hay que rescatar igualmente el humor, el hecho de ver siempre el vaso medio lleno, que pese a que la noche sea tan oscura y larga saber que siempre va a amanecer.

En cada competencia de la que participó Gabriel, cada golpe recibido por él es como si su madre lo recibiera también, así es como funciona el fuerte vínculo entre madre e hijo, y cada golpe recibido es un grado más de resiliencia a la mentalidad de ambos. Esa resiliencia fue puesta a prueba una vez más en el mundial. “Tenía estudiado a varios rivales, veo videos de ellos, cada uno tiene su estilo de karate y uno busca contrarrestarlo”. Otro detalle importante es que en el para-karate no existe la segmentación por rango etario, eso implica que Gabriel, quien tiene 17 años, debía competir frente a oponentes mucho mayores que él.

El formato del torneo es simple, 21 participantes divididos en dos grupos, uno de diez y otro de 11, cuando Gabriel observó su grupo se llevó una sorpresa no muy agradable, “campeones mundiales, amputados, era el grupo de la muerte”. Para su infortunio, después de su presentación quedó en el decimonoveno lugar, fuera de la zona de clasificación. “Algunos participantes ya venían con un puntaje previo, en cambio, como era la primera presentación de Gabriel, no tenía nada” explica Blanca, quien añade “debería existir la categoría de amputados, porque después uno los ve caminar con prótesis, es otro sistema muscular, no teníamos referencia de eso”.

Pese a todo, el mundial es una experiencia que ni Gabriel ni su equipo van a olvidar jamás, considerando su juventud y talento, su sensei le augura un futuro brillante, “te quedan 20 años, capaz que puedas entrar al top cinco o ser campeón mundial”. Aunque parezca paradójico, el atributo que más destaca Gabriel de la práctica del karate es la tranquilidad que este le transmite, lo que le permite permanecer frío y neutral, aunque el mundo parezca que se le viene abajo, su madre simpatiza con esta percepción, aunque siempre con los tintes humorísticos que la caracterizan, “Gabriel se pone el karategui y se transforma, le cambia la cara, la postura, es otra persona, es seguro y enfocado. Sin el karategui es un cabro hueón.

Gabriel relata que su primera presentación la tuvo a los cuatro años y que sus recuerdos son vagos al respecto, pero sí hace hincapié en que el karate forma parte de su vida desde que tiene uso de razón, por lo que se visualiza a sí mismo realizando esta actividad durante un largo tiempo, “me he vuelto tan enamorado del deporte que quiero ser entrenador, quiero compartir mi experiencia” relata con pasión, que pese a todas las adversidades que junto a su madre han tenido que enfrentar,  mantiene  las ganas de seguir adelante y perseguir sus sueños, “un campeón nunca mira al obstáculo, sigue como si nada. Con el karate me siento vivo”.

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