Sra. Ernelia Ramírez de la Comunidad Agrícola El Espino, provincia de Limarí y don Pedro Bolados de la Hacienda Atacama.
Por: Alen Canto
Tras cientos de años, el rol social de las cantoras y cantores populares sigue teniendo la misma importancia para las comunidades que plasman su idiosincrasia a través de la música. Esta tradición sigue cultivándose hasta el día de hoy gracias al traspaso de una generación a otra, demostrando que aún hay interés por aprender de estas expresiones culturales que subsiste pese al paso del tiempo.
La música es un arte que recoge y preserva las costumbres e historias a través del tiempo. De este modo, la música en la ruralidad es una expresión cultural que representa una narrativa de la vida en el campo y las historias de su gente. En el año 2000 el folclorista Francisco Astorga pudo constatar la existencia de alrededor de 10 mil poetas y cantores, “hombres, mujeres y niños, del campo y de la ciudad, cuyas edades fluctúan entre 10 y 90 años”. Por su parte, el académico de la Universidad de La Serena y cantor Raúl “Talo” Pinto asume que el número se ha incrementado debido a la masificación de las comunicaciones y el interés de las nuevas generaciones por aprender, lo que para él evidencia que la relevancia de los cantores populares se mantiene.
El origen de estas costumbres se sitúa en la época de la conquista, con la llegada de tradiciones españolas que se arraigaron paulatinamente en la población. Una de estas tradiciones fueron los romances, una forma poética originada en Europa durante la segunda mitad del siglo XV. Estos romances, caracterizados por su capacidad para contar historias se adaptaron al contexto latinoamericano, integrándose profundamente en las prácticas musicales y poéticas locales. Así lo explica Talo Pinto, “el romance español que se cultivó durante toda la Edad Media en el tiempo de los juglares y los trovadores, llegó a Chile con los españoles y se dispersó por toda Latinoamérica. Estos romanceros contaban historias de guerra, historias de amor o noticias. Por ejemplo, te puedo narrar un pedacito que dice: ‘Caminito de Bembibre, caminaba un arriero buen zapato, buena media, buena bolsa con dinero. Arreaba siete machos, ocho con el delantero, nueve se pueden contar con el de la silla y freno. Detrás de una encrucijada siete bandidos salieron’, entonces va rimando todo igual, eo, eo, eo, y así es fácil de retener”.
Talo Pinto comenta que con el tiempo la gente empezó a olvidar las historias originales y les añadió sus propios elementos, cambiando personajes y contextos: un arriero se convertía en soldado, luego en zapatero y después en obrero. Así, en cada localidad, se modificaba parte de la letra y también parte de la música “estos romances se diseminaron por diversos países, adoptando los ritmos musicales característicos de cada uno, lo que resultó en la misma historia interpretada en distintos estilos. Por ejemplo, ‘Yo Vendo Unos Ojos Negros’ se encuentra con ritmo de tonada en Chile, con ritmo de samba en Argentina y con ritmo de son en Panamá. Hay una canción antigua, ‘El Martirio’, una tonada chilena que también se canta en Panamá y que grabó Rubén Blades. Es una canción que en Chile se canta super lento y allá tiene ritmo de son”.
Pinto además explica que existe una clara relación entre el romance y la tonada chilena, señalando que ambas son expresiones musicales que no se bailan y que además comparten una estructura poética similar “Evidentemente ahí tienes una manera de corroborar que la tonada viene del romance. Ese romance en Chile se convirtió en tonada; en Argentina se convirtió en Samba; en Perú, Tondero; en Ecuador, Pasillo; en Colombia, Cumbia; en Venezuela, Joropo; en Brasil, Forró. Distintos ritmos latinoamericanos que podrían tener el mismo texto. Entonces, eso es atribuible a la tradición que heredamos de los españoles, que se fue modificando y así fue naciendo la particularidad de cada sector y esa particularidad es la que generó una identidad y donde más se ha mantenido es en la ruralidad chilena”.
Tras la adopción de los romances, las historias y vivencias de las comunidades comenzaron a expresarse a través de la música, siendo inmortalizadas por quienes tenían y tienen la fortuna de hacer música. De este modo, se consolida el canto a lo humano y a lo divino, donde el primero refleja aspectos de la vida cotidiana y el segundo se enfoca únicamente en temas religiosos, ambos sirviendo como pilares de la expresión cultural y de la identidad comunitaria. Talo Pinto en su análisis resalta cómo estas narrativas musicales se han integrado profundamente en las prácticas culturales locales. En esta línea, no solo existe una fusión de estilos, ritmos y poesía, sino también un proceso de creación de identidad, en dónde los cantores desempeñan un rol social muy importante.
En ese sentido, las comunidades suelen convocar a cantores para una variedad de ocasiones especiales, tales como celebraciones, matrimonios, nacimientos, mingacos y funerales. Ese es el caso de la Sra. Ernelia Ramírez (84), cantora de la Comunidad Agrícola El Espino en la provincia de Limarí, quien durante décadas se encargó de amenizar distintas actividades. En 1948 aprendió a tocar guitarra gracias a su profesora, “mi profesora era cantora de guitarra en mano y que afinaba bien. Ella tenía su guitarra y yo me entusiasmé. Ahí yo la observaba. Ella me enseñaba las posturas y cómo tocar en las horas de recreo. Los otros niños miraban por afuera y me acusaban que iba a puro cantar”. Recuerda Ernelia
En 1957 a la edad de 19 años comenzó a cantar en distintos eventos, destacándose en las celebraciones tradicionales conocidas como ‘los chanchos’, una actividad donde se mataba a un cerdo para hacer distintas preparaciones. Durante los chanchos participaban todos los vecinos, que ayudaban a faenar el animal. La señora Ernelia comenta que se rifaba el costillar y la cabeza, mientras se amenizaba con música y distintos juegos. Ahí presentaba su repertorio de canciones como El Tunero, Entre Copa y Copa y el Caballo Alazán Lucero “Yo cantaba en los chanchos. Me buscaban también para, cumpleaños, ramadas, trillas, toda clase de fiestas. Ahí cantaba corridos, rancheras, tonadas y cuecas. Me llegaba a amanecer cantando y no pagaban ni un pedacito de chancho. Al principio la guitarra estaba en la escuela y después cuando me junté con mi viejito, él me compró una guitarra”.
Asimismo, Pedro Bolados, cantor de la Hacienda Atacama cuenta que “después de un tiempo, empezaron a invitarme a las veladas, después ya me fui haciendo conocido y me fueron invitando a sesiones más grandes. Ahí empecé a hacer mis canciones, siempre improvisé, improvisaba para entretenerme, pero después yo fui ordenando todo en cuadernos, fui haciendo algunas canciones. Siempre me piden que les haga canciones a los proyectos, hice himnos, hice tantas cosas”.
Influencia mexicana
Uno de los aspectos más distintivos de la música rural chilena es la influencia de la música mexicana. Al respecto hay varias teorías, una de ellas apunta al cine mexicano de principios del siglo XX. Al respecto, Talo Pinto agrega que, a pesar de que el cine sí tuvo una gran influencia, aquella teoría deja fuera a las comunidades que no contaban con un cine. En ese sentido, el cantautor señala a la radio como uno de los elementos principales que llevaron la música mexicana a la ruralidad, pero además lo relaciona con un posible pasado en común entre las canciones chilenas y mexicanas, unidas por el romance. “Si tu familia es del campo y tus abuelos cantaron romances, como la historia del arriero Caminito de Bembibre, entonces esa misma historia aparece en Perú, en Chile, en México y México que siempre fue un país más adelantado que los demás, empezó a grabar discos y música. Entonces, esas mismas historias que a lo mejor escucharon cantar a sus abuelos, llegaron en un disco y se escucharon a través de la radio, pero ya con violines, trompetas, guitarrones, entonces evidentemente tenía que gustar”.
De esta forma, la gente adoptó en su identidad la música mexicana con mayor facilidad, porque en parte, ya constituía un aspecto de su identidad. Respecto al mismo tema, Pedro Bolados indica que “yo meto mucho tema ranchero porque a la gente le gusta, es parte de la idiosincrasia del campesino chileno a nivel nacional y yo creo que, en toda Latinoamérica, porque la ranchera o el correteado que se llama, está en la vida campesina”.
Sobre el presente de la tradición musical rural, Talo Pinto destaca que felizmente las costumbres se mantienen e incluso, han aumentado quienes están interesados en aprender. “Mira, en los años 80 cuando yo empecé a payar con otros payadores éramos 15 los que dábamos vueltas y de repente éramos 20, así nos dimos vueltas como por 10 años y luego hubo una explosión de personas que quisieron aprender a payar. Por ejemplo, en ese tiempo no habían más de 10 guitarroneros y hoy hay como 50 gallos que tocan guitarrón”. Además, agrega, “en los años 60, algunos investigadores decían que el canto a lo divino se estaba perdiendo, que los guitarroneros se estaban perdiendo, que los payadores se estaban perdiendo, que los bailes chinos se estaban perdiendo. Y no, hoy en día están creciendo cada vez más”.
A día de hoy las tradiciones siguen vigentes a pesar del paso del tiempo, gracias al traspaso generacional y a la realización de encuentros que fomentan el canto popular. Es por eso que Talo Pinto discrepa con los conceptos “sobrevivencia” y “rescate”, “esos dos conceptos no me gustan porque qué vamos a rescatar, si no se está incendiando, no está bajo tierra, está vivo, si tú lo escuchaste es porque está vivo. Si una canción, durante 100 años no se cantó y de repente aparece alguien en un escenario cantándola es porque está vigente, está viva”. En este sentido, destaca que en vez de rescatar, se debería enfatizar el término “poner en valor”, ya que estas tradiciones demuestran su vigor y continuidad mientras haya una comunidad que las valore. Así, la música rural chilena se seguirá cultivando, conectando el pasado con el presente y manteniendo viva la esencia de su gente.