
Tambillos resiste ante una constante lucha por lo básico
Aunque en el sector rural no hay agua potable, la señal telefónica falla con frecuencia y no existe atención médica de urgencia, sus habitantes siguen resistiendo con dignidad. Esta pequeña localidad rural de la Región de Coquimbo sobrevive con esfuerzo comunitario, mientras espera que el Estado reaccione antes del reclamo. En su cotidianidad, lo esencial no abunda, pero el sentido de pertenencia y comunidad lo llena casi todo.
Son pocas las noticias que mencionan a Tambillos y que reflejan la realidad de quienes lo habitan. Este pequeño poblado rural de la Región de Coquimbo enfrenta una combinación constante de carencias: agua potable que nunca llegó, atención médica limitada, señal telefónica que se cae con cada lluvia, y una escuela que lucha por mantenerse en pie y evitar que sus estudiantes deban migrar. Son más de tres mil personas viviendo entre el abandono institucional y el esfuerzo cotidiano.
A tan solo 30 kilómetros de Coquimbo, sus habitantes no buscan privilegios, sino lo básico: poder comunicarse, acceder a servicios de urgencia y ver reconocida su existencia. Entre pozo seco y postes caídos, Tambillos resiste en silencio, como muchas otras localidades rurales del país que aún esperan que alguien, más allá de ellos mismos, los ponga en el mapa.
La región de Coquimbo se extiende más allá de sus centros urbanos. Según el Censo 2017, existen más de 2.490 localidades rurales en la zona y la SUBDERE cifra en 132.288 las personas que viven en ellas, es decir, el 21,9 % de la población regional. Estos números reflejan un peso demográfico real, aunque muchas veces ignorado. Las comunidades rurales, pese a su diversidad, comparten carencias estructurales: acceso irregular a servicios básicos, caminos en mal estado, escasa conectividad y una débil presencia institucional.
Tambillos no nació como pueblo, sino como un punto de paso. El sector se originó como una estación de ferrocarril que buscaba conectar La Serena y Coquimbo con Ovalle, un eslabón olvidado del desarrollo regional. Con el paso del tiempo, las líneas de tren se apagaron, pero la comunidad rural quedó, creciendo con esfuerzo propio, sin grandes anuncios ni promesas.

Al indagar en listados de zonas rurales disponibles en sitios gubernamentales, es común que no aparezca mencionado. La información es escasa, existe una limitada cantidad de artículos y noticias que llevan su nombre, en dónde lo que llama la atención son las temáticas con las que se asocia a la zona en varias ocasiones. Muchas de estas menciones, son accidentes en la ruta o la situación hídrica y minera por la que se enfrentan los habitantes del sector. No obstante, se dejan de lado otras problemáticas de suma urgencia para la población de Tambillos como la falta de recursos básicos, las que van desde la educación, atención médica hasta la energía, transporte, entre otros.
Pese a estar a poco más de treinta kilómetros de Coquimbo, la vida transcurre bajo un ritmo que no parece sincronizarse con el reloj urbano. La comunidad se compone de familias que han decidido echar raíces en este sector por su tranquilidad, su valor ecológico y la posibilidad de construir un hogar en un entorno amable, aunque exigente. Evelyn Varas, profesora y madre de 3 niños, recuerda que eligieron Tambillos por estar “cerca de la ciudad, pero con calma de campo”. Sin embargo, esa aparente cercanía se diluye cuando surgen necesidades urgentes: la falta de agua, la caída de señal cuando hay terremotos, lluvias o un niño con fiebre a altas horas de la noche; todo esto se transforma en desafíos complejos. La vida diaria aquí está tejida con gestos de vecindad, saludos en la plaza y favores entre casas, es una comunidad que se sostiene en lo cotidiano, pero donde las carencias, aunque silenciosas, se arrastran con un peso constante.

Hace dos años, Evelyn Varas asistió a una reunión junto a otros vecinos de Tambillos “Nos anotamos, firmamos los papeles y nos prometieron que nos llegaría agua en camión aljibe”, recuerda. Pero la promesa se evaporó con los meses “Mi pareja ha llamado muchas veces al encargado, pero siempre nos dicen lo mismo: que está en trámite”, agrega con resignación. Hoy, su familia compra agua por su cuenta, pero sabe que otros no pueden “Nosotros lo podemos pagar, pero hay gente que no, y eso debería ser gratuito”, afirma. En Tambillos no hay red de agua potable y el pozo que abastece al sector se vacía con frecuencia, cuando no hay reparto, tampoco hay aviso “Al final uno se rinde. Nos prometieron, esperamos… pero nunca pasó nada”, dice Evelyn. En ese silencio, la necesidad persiste y la sensación de abandono se instala como la caída de una gota intermitente.
La pérdida de señal es un problema cotidiano que ya se volvió recurrente, sus consecuencias son profundas, especialmente para madres y padres que trabajan fuera de casa, Evelyn Varas relata que “No solo se cae el internet, también las llamadas. Quedamos totalmente incomunicados… Cuando uno está lejos y no puede hablar con ellos, es imposible estar tranquila. Uno se estresa, se imagina lo peor”. La falta de conectividad no es un detalle menor: en un sector donde tampoco hay urgencias médicas, la posibilidad de pedir ayuda por teléfono es vital. Los reclamos a la compañía han sido múltiples “Siempre dicen lo mismo: que hubo una falla con la antena, que lo van a arreglar. Pero nada cambia” Evelyn comenta con frustración. En el sector, quedarse sin señal es también quedarse sin protección.

Desde enero, Víctor Espinoza es el rostro constante de la salud en Tambillos. TENS residente y trabajador en la posta rural del sector, se encuentra disponible las 24 horas del día. Su experiencia es amplia: trabajó en el CESFAM de Pan de Azúcar y durante una década en unidades de cuidados intensivos en Santiago. Pero nada lo preparó del todo para este nuevo ritmo “Aquí no hay feriados. Si tocan el timbre a las tres de la mañana, tengo que levantarme igual” dice, siendo el viernes su único día libre. La atención es primaria, centrada en controles y pacientes crónicos, pero las urgencias también llegan y cuando eso pasa, debe estabilizar al paciente y coordinar con el CESFAM o el SAMU más cercano “Pesco el teléfono: ‘Doctor, ¿sabe qué? Tengo a la paciente tanto’… Me dan una indicación y hago lo posible mientras llega la ayuda «, detalla Espinoza. Por lo que sin servicio de urgencia ni ambulancia propia, Víctor es más que un Técnico en Enfermería: es el primer auxilio.
En la posta de Tambillos no se permite fallar, los insumos se deben pedir con anticipación para que lleguen a tiempo, evitando el desabastecimiento “Nos quedan 100 jeringas para el mes, entonces se restringe a lo necesario”, comenta Víctor. Cuando algo falta, se busca una alternativa: jeringas más grandes de 20mm para medicaciones de 10 o 5, adaptación es creatividad; los recursos son pocos, pero hay, lo necesario para abarcar una población como Tambillos. Aunque la posta está, en sus palabras, “bien financiada”, las dificultades no desaparecen. La electricidad se corta, el agua también y a veces todo al mismo tiempo. En esos momentos, un generador evita la pérdida de vacunas y se resuelve llamando al personal técnico. En una comunidad donde cada recurso se cuenta como si fuera el último, trabajar en salud para Víctor no es solo curar: es aprender a sostenerse con lo justo.
“Soy TENS, auxiliar, enfermero, médico y hasta a veces el aseador”, dice Víctor con una mezcla de orgullo y cansancio. La escasez de personal lo obliga a multiplicarse y a estar siempre disponible “Me gustaría que vinieran dos médicos en vez de uno, sería fantástico”, comenta, sabiendo que es una ilusión difícil de cumplir por falta de recursos y el costo que conlleva. El médico que viene en ronda atiende a más de 13 personas en una mañana y cinco más por la tarde. En ese margen estrecho, los tiempos se reducen, la calidad se resiente y los reclamos caen, casi siempre, sobre quien está al frente. En Tambillos, el trabajo de la salud se mezcla con la vida, y a veces con el desgaste de estar siempre al servicio de todos.

Al mismo tiempo y sólo a un lado de la posta rural, a 37 km de la comuna de Coquimbo, se puede observar al único establecimiento educacional de la zona y que de acuerdo a la información oficial del MINEDUC, la Escuela de Tambillos fue fundada en el año 1900, siendo la escuela rural en funcionamiento más antigua de la región. Durante sus inicios, disponía de primero, segundo y tercer año básico, situación que cambió en el año 1920, a disposición de la Ley de Instrucción Primaria, en dónde se agregó el cuarto año básico. Años más tarde, en 1940 el establecimiento recibió la ayuda del Ministerio de Educación y la Municipalidad de Andacollo para reestructurar la escuela con materiales más sólidos, en este caso con adobe y yeso.
Javier Monardes Tapia, profesor de Historia y Ciencias Sociales, lleva tres años como director de la Escuela de Tambillos, aunque es su primera experiencia trabajando en una zona como esta, no le resulta del todo ajena “Cuando niño acompañaba a una tía a una escuela en el interior de Punitaqui, así que sabía cómo era estudiar en un sector rural”, cuenta. Aun así, reconoce que las condiciones han cambiado “Eran más difíciles para los profesores rurales. Hoy, al menos en esta escuela, no son tan complicadas”. Sin embargo, una dificultad persiste: el transporte. La mayoría del cuerpo docente no es del sector y debe enfrentar largos trayectos diarios “A veces se organizan, los que tienen auto llevan a otros colegas, así se cuidan entre ellos y logran llegar bien a sus casas”, explica el director, destacando el compañerismo que nace en medio de la distancia.
Con los años, la Escuela de Tambillos ha sido testigo de múltiples transformaciones, algunas cargadas de esperanza y otras marcadas por el abandono. Su director, recuerda el traspaso del establecimiento desde la Municipalidad de Coquimbo al Servicio Local de Educación Pública (SLEP) Puerto Cordillera, hace ya casi siete años “Pasamos de una casona antigua a una escuela un poquito más moderna”, comenta, sin embargo, lo que parecía un avance terminó en frustración: el proyecto de reconstrucción quedó a medio camino y la comunidad, cansada de esperar, tomó el colegio como señal de protesta “Habían terminaciones pendientes, espacios sin entrega de obra definitiva”, incluso el jardín infantil JUNJI quedó atrapado en la indefinición. Hoy, con más claridad, se han levantado nuevos requerimientos, el director detalla “Buscamos mejoras de infraestructura, cambios de ventanales, arreglos de salas, algo más digno para los estudiantes y su comunidad”.

En la Escuela de Tambillos, el lazo entre los estudiantes no se forja en el aula, sino en los años compartidos, desde que muchos de ellos eran apenas párvulos. “Tenemos cursos donde los alumnos están juntos desde pre-kínder, son como hermanos”, cuenta Javier Monardes con orgullo. Esa continuidad es uno de los mayores tesoros de la comunidad escolar, pero cada fin de ciclo trae un quiebre: al terminar octavo básico los adolescentes deben partir a colegios urbanos, lejos de sus casas, de sus amigos y de su rutina “Tienen un concepto de vida rural más pausado, más tranquilo… tienen otras cosas: la cercanía con la naturaleza, con otras cosas que no las van a tener en otro lugar”, reflexiona el director. Por eso, proyectar educación media en Tambillos es más que una necesidad logística. “Podríamos abarcar Las Barrancas, Las Cardas, parte del Peñón”, es proteger una forma de vida.
Para muchos habitantes de Tambillos, la relación con el municipio se percibe como una respuesta reactiva más que una presencia estructural “Se preocupan de que la plaza esté limpia, de que el camión de la basura pase, pero nada más”, comenta Evelyn Varas. La precariedad del agua lo refleja con crudeza “El pozo que tiene 25 metros se seca rápido. Se tiene que recargar o traer agua en camiones aljibe, pero no hay una constante, no está organizado ni protocolizado”, señala Javier Monardes. Aunque él reconoce una “alianza estratégica” con la Delegación Municipal Rural, admite que el apoyo no siempre proviene del canal correcto. “Nos ayudan mucho, pero no les corresponde, porque no son parte de la educación pública.” En Tambillos, lo que falta no es voluntad de la gente, sino un sistema que actúe antes del reclamo.
Finalmente, los habitantes de Tambillos no piden grandes cosas. Solo que la preocupación del municipio nazca por convicción, no como respuesta a una junta de firmas, que vaya más allá de limpiar plazas o tapar baches. “Nadie sabe que en Tambillo no hay agua”, dice el director de la escuela y su frase resuena como una verdad dura: lo que no se ve, no se atiende. Mientras en otras comunas se riegan parques, aquí se esperan camiones. Aunque la comunidad a veces se sienta sola, sigue adelante. Incluso cuando se dan por vencidos, resisten. Lo que sueñan no es distinto a lo que cualquier persona desearía: servicios básicos, acceso justo, una educación que no arranque a los niños de su entorno. Tambillos no quiere convertirse en ciudad, solo quiere que se reconozca su valor, que no quede escondido detrás de las luces del centro, porque la ruralidad también está presente, también importa, también es Chile.