
Los Diaguitas y la memoria viva del norte
Los Diaguitas forjaron una cultura que resistió las invasiones incas y españolas. Agricultores, pescadores, alfareros, metalurgistas y, en algunos casos, guerreros, resistieron a los imperios. Su legado persiste hoy en pequeñas comunidades reconocidas en ambos países donde se asentaron. Es importante conocer y recorrer su historia, desde la influencia de las culturas Molle y Ánima hasta su lucha actual por preservar su identidad, frente a grandes líderes y cambios, como los emperadores incaicos, la corona española y los primeros referentes de los Estados de Chile y Argentina.
Por Diego Cantuarias
Los cerros, valles, ríos y playas de la Región de Coquimbo y parte de Argentina, guardan en su memoria a un pueblo originario que fue testigo y protagonista de grandes transformaciones: los Diaguitas. Son un conjunto de pueblos indígenas que compartían rasgos culturales como la agricultura, el arte, la religión, la lingüística y el territorio, pero como sociedades independientes con alianzas ocasionales, similar a los Mapuches, que incluyen a los Pehuenches hasta cierto punto. Los cronistas españoles y estudios arqueológicos identificaron varios de los subgrupos de esta cultura con nombres propios para poder identificarlos, entre ellos están los Calchaquíes, Quilmes, Yocaviles, Pulares y Chiles (en Chile). Cada uno tenía líderes y variantes dialectales. Por ejemplo, los Diaguitas chilenos se autodenominaban «Paziocas» o «Kakanes», mientras que en Argentina se usaban nombres locales como «Calchaquíes». Los Diaguitas no son una cultura aislada; forman parte de una secuencia histórica del norte de Chile y del noroeste argentino, donde interactuaron y sucedieron a otras culturas prehispánicas. Las primeras fueron la cultura Molle y las culturas Ánimas. Este vínculo histórico es parte importante en los primeros años de los Diaguitas, según un texto enfocado en Los Ánimas y datos del Museo Arqueológico de La Serena y Limarí.
Una de las primeras culturas agroalfareras del Norte Chico, la cultura Molle, habitó hasta aproximadamente el siglo VII en los valles de Copiapó, Elqui y Limarí y la provincia de La Rioja (Argentina). Ellos introdujeron la tecnología alfarera, con sus características piezas asimétricas zoomorfas de base plana, las pipas en forma de «T» invertida, las grandes vasijas de cerámica con figuras geométricas y sus adornos funerarios especialmente de cobre y de plata, en raras ocasiones artefactos de oro. Su desaparición fue progresiva y, más que desaparecer, fueron absorbidos.
Las técnicas alfareras, pero principalmente el conocimiento metalúrgico, fueron heredados por la cultura Ánima. Se asentaron en el valle de Copiapó, Hurtado, Choapa y llegaron hasta la bahía marítima de Coquimbo. Son definidos como pastores, agricultores y pescadores. El uso de camélidos fue tan importante para el desarrollo de su ganadería que, en ocasiones, cuando el dueño moría, la llama era sacrificada y enterrada, simbolizando la unión entre ambos. El desarrollo que ellos alcanzaron fue importante para sus sucesores, los Diaguitas.

El arqueólogo Francisco Cornely estudió a los Diaguitas en la Región de Coquimbo y los llamó la cultura Elqui, por el valle donde se realizaron las investigaciones para identificar y diferenciar con otro pueblo del Norte semiárido. Además, propuso que los Diaguitas chilenos (Paziocas) y argentinos (cacicazgos o variantes) tenían varios rasgos distintivos: su cerámica de colores rojos, negro y blanco con figuras geométricas, los canales de riego y el cultivo eran muy similares en el valle Calchaquíes, Argentina, y el uso de cobre, bronce y oro para adornos y herramientas. En Chile, notó una mayor influencia costera, el uso de conchas marinas en collares, frente al carácter montañoso de los Diaguitas argentinos.
En el libro La cultura Diaguita de Paola González Carvajal, se habla de las tres fases principales para clasificar su desarrollo cultural. La Fase I (1000-1200 d.C.) es cuando la cultura Elqui y los Ánima compartieron las mismas zonas y la influencia de estos últimos fue absorbida para la siguiente etapa. La Fase II (1200-1450 d.C.) fue el periodo de máximo esplendor, destacándose la creación de vasijas zoomorfas y antropomorfas de color crema con líneas y dibujos negros, blancos y rojos, y la construcción de Pukarás, fortalezas o fuertes ubicados en los cerros para proteger sus aldeas. La Fase III (1450-1536 d.C.) destaca por la llegada de los Incas, y los artesanos adoptaron las técnicas de alfarería introducidas por los invasores.

Jorge Iribarren, en el artículo «Ocupación Inca en Atacama y Coquimbo» de la biblioteca del Museo Nacional, comenta que la expansión del Imperio Inca (Tahuantinsuyo) hacia el territorio Pazioca parte del Collasuyo, el sur del imperio. Cruzaba por los desiertos de Antofagasta y Calama, llegando hasta los valles de Copiapó y Elqui, con el objetivo de controlar las minas de cobre y oro y establecer el camino del Inca costero, que conectaba el dominio imperial. Este camino hoy vendría siendo desde el norte de Ecuador al Norte Chico de Chile, más de 4.000 kilómetros, según Carolina Vílchez Carrasco en El camino Inca de la costa en Tumbes.

El Imperio Inca llegó al norte semiárido bajo el control del soberano Túpac Yupanqui, zona en la cual no encontraron resistencia por parte de los Paziocas. Instalaron puestos de control o los tambos, lo que llevó a la adopción de la lengua quechua por el kakán, el cultivo de papa y nuevas técnicas mineras. Tal como lo hizo Gengis Kan con su ejército mongol en gran parte de Asia y Europa Occidental, el Tahuantinsuyo permitía mantener la autonomía de los pueblos mientras pagaran tributos al imperio.
Los Diaguitas argentinos (Calchaquíes, Quilmes, etc.) fueron todo lo contrario a los chilenos. Ana María Lorandi, arqueóloga argentina, en uno de sus textos de investigación, comenta que no siempre tributaban al imperio y no estaban plenamente integrados al aparato estatal incaico. Se piensa que, en parte de la historia, ofrecieron resistencia al ejército Inca y que no lograron imponer completamente su sistema de organización social y su cultura.
Entre los años 1540-1550, Pedro de Valdivia inicia la colonización en lo que hoy es la Región de Coquimbo. Los españoles buscaban mano de obra, pero lo más importante, oro y otros metales preciosos. Los Diaguitas chilenos no presentaron una resistencia organizada ni sostenida como para detener el avance de los soldados de la corona, a diferencia de otros pueblos como los mapuches. El historiador chileno Eduardo Téllez, en su obra Los Diaguitas. Estudios, indica que fueron sometidos al sistema de encomiendas, lo que significó la explotación en el trabajo y la pérdida de autonomía. También se les impusieron nuevas formas de vida, incluyendo la religión cristiana y el idioma castellano.
Se evidencia un proceso de aculturación forzada, donde se buscó borrar y reemplazar las tradiciones Diaguitas. Fueron despojados de sus tierras ancestrales, que pasaron a manos de colonos españoles. Esto tuvo un impacto central en su forma de subsistencia y su relación con el territorio. El texto de Téllez menciona la posible participación de indígenas del norte y del valle central en la defensa indígena durante la Guerra de Santiago en 1541, liderada por Michimalonco Contra la recién fundada ciudad de Santiago de la Nueva Extremadura.
Sin embargo, el autor indica que no hay certeza si los Diaguitas lucharon junto a la alianza indígena, pero abre la posibilidad con base en algunos documentos y conjeturas históricas. Eduardo Téllez menciona que Pedro de Valdivia toma prisionero a Michimalonco y lo envía al norte, a una zona con presencia Diaguita, donde podría haber entrado en contacto con pueblos del norte.
En los valles de Calchaquíes, la historia es diferente. Entre los años 1560 y 1667 se registraron varios conflictos contra los españoles, más de 100 años de conflictos intermitentes en el noroeste argentino. Esta saga se le conoce como las Guerras Calchaquíes, una de las resistencias indígenas más importantes del cono sur durante la colonización española. El historiador Francisco Rubio Durán, en una de sus investigaciones, habla de Juan Calchaquí, la figura central del primer levantamiento indígena. Ocuparon el terreno montañoso a su favor y lograron destruir tres nuevas ciudades españolas: Córdoba de Calchaquí, Londres y Cañete. Los nuevos invasores dieron el nombre de «Calchaquíes» a todos los pueblos indígenas de esa zona por la importancia que tuvo este líder.
En cuanto al impacto de la colonización española, Cornely señala que los Diaguitas fueron un pueblo «dócil» que, tras la conquista, fue sometido y asimilado rápidamente. Este proceso de asimilación llevó a la masiva disolución de su identidad étnica, incluyendo la pérdida de su idioma, que hoy solo persiste en algunos topónimos y apellidos. Francisco Cornely se dedicó solamente al estudio de esta cultura en la Región de Coquimbo.
La presencia Diaguita, en tiempos imperiales, coloniales y en la construcción de la república, fueron gradualmente mestizados, desplazados o asimilados, lo que diluyó su organización política original. Ya no funcionaban como una unidad visible a partir del siglo XVII en adelante. No hay registros formales ni sistemáticos de participación del pueblo Diaguita como colectivo étnico en grandes conflictos nacionales como la Guerra del Pacífico o las guerras civiles del siglo XIX en Chile, como las de 1829 o 1891.
El reconocimiento legal y demográfico llega el año 2006 con la modificación de la Ley Indígena 19.253, promulgada el año 1993. El Estado de Chile reconoció oficialmente a los Diaguitas como pueblo originario, tras décadas de exclusión. Aunque los datos del censo de 2024 aún no han entregado cifras sobre los pueblos originarios, el Censo 2017 indica que 88.474 personas se auto identificaron como descendientes de Paziocas, siendo el tercer pueblo indígena más numeroso después de los Mapuches y Aymara.